domingo, 22 de diciembre de 2013

Lakme.

En uno de mis paseos por la ciudad, que cada día realizaba para huir de la realidad tormentosa y sumirme en una batalla constante sobre mi existencia, escuché un violín emitiendo sonidos agradables desde una pequeña casa. La vivienda se situaba en los límites de la ciudad, donde yo siempre daba la vuelta para volver a mi encierro.
Por aquellos tiempos la soledad me fascinaba, tal que ahora. Era algo deseado pero mal visto por la sociedad y las personas que me rodeaban. Sin embargo logré conquistarla, hacerla mía y vivirla de forma útil.
Intentar huir de la frialdad y la quietud se me hizo imposible, dejé que me atraparan y me adentraran a un mundo prohibido. Encontré en este aislamiento mi refugio perfecto, me sentía protegida contra el horrendo espectáculo de la vida mundana.
Entonces oí ese violín. Esas notas que me escuchaban y comprendían, que me contestaban todas las dudas existenciales. Y ya no quise estar nunca más sola.

martes, 26 de noviembre de 2013

Entre las nubes.

Hay que ser un artista o un loco para distinguir entre todas las mujeres al diablillo mortífero.
Allí está, no reconocida por los demás e inconsciente ella misma de su fantástico poder.
Toda persona que ha querido acercarse a ella ha sido repudiada. Lo simple no le atrae y a las palabras ingeniosas que lo único que hacen es favorecer el sarcasmo superfluo y prefabricado no les atribuye el más mínimo valor.
A ella lo único que le atrae es lo prohibido, pero su llamado no es oído por nadie salvo por aquel que lo espera y que lleva escuchándola mucho tiempo.
Desde hace un año nunca habla, su pensamiento es mucho más amplio que sus palabras y no se permite desperdiciar su voz en asuntos triviales. Sí ama escuchar, escuchar hasta el más estúpido de los comentarios, pues de cada tema que atiende sabe descodificar los más profundos significados, los cuales ni si quiera su emisor se atrevería a emitir de manera consciente.
Ahora está muy sola, le gusta sentarse sola y que nadie la moleste. Estoy a tres metros de ella. Y podría quedarme ahí, mirándola toda la tarde. E incluso si la suerte está de nuestro lado, podría mirarla toda una vida.
Pero no. Ella no es como las demás a pesar de que se esfuerza por aparentarlo. Ella es violenta y tierna. No es de uniones eternas, pero se entrega como si hubiera sólo un día para amar.
Hay que ser un artista o un loco para distinguir entre todas las mujeres al diablillo mortífero.

domingo, 24 de noviembre de 2013

El sol se va.

Como el gorrión que sale de su pequeña cueva y pestañea varias veces hasta poder dirigir su mirada directamente al sol, así me entrego yo. A tientas ando hacia él, siguiendo el rastro de su calor que se siente en la piel como la vida misma.
Quiero aprovechar los últimos momentos contigo.
Abofetéame en la cara. Hazme daño. Haz que arda y que duela.
Ya empieza a incendiar mis pantalones de cuero, empieza a calcinar y a provocar mis ganas de desnudarme en plena calle.
Que me haga reír.
Que me confunda y me desoriente.
Que me haga pensar en mundos muertos, amenazas medioambientales y cohetes hacia Marte llenos de políticos y acomodados que una vez más abandonan al resto.
Ya quema demasiado, siento calor y frío y ambos me hacen daño. Necesito alejarme de ti antes de que me consuma tu mundo cálido y sin retorno.
Pero es entonces cuando me coges fuerte del cuello con tus largos dedos incendiarios y me dices que no puedo huir porque lo nuestro es amor, amor y muerte.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Desorden.

El fin de semana del adiós, el comienzo de la perdición. 
Un ejercicio hacia las profundidades de la estupidez. 
Un esfuerzo por fingir el olvido manifestado en un sinfín de errores cometidos y aún por cometer.
Días y noches consumiendo otras vidas, otros sueños. Alimentándome de lo que no me pertenece. Lo hago buscando la manera de matarla, enterrarla en el centro de la Tierra rodeada de hierro y uranio, a más de seis mil grados de temperatura y que jamás salga de ahí. Poder decir que ya no está, que ya no existe, que ya no importa.
La conducta acelerada me mantiene viva, actuar y no pensar, una y otra vez, que mi cuerpo y mi mente coman hasta la saciedad, hasta que sienta la necesidad de meter mis dedos hasta la garganta para sacar de mi tanta insensatez, demencia, desconocidos. Miedos.
Mi existencia ahora se basa en las noches que no tienen principio ni tendrán fin. En la más grave y oscura adicción a la que vuelvo sin culpas, la única residencia alterna a sus brazos.
No entres. Todo es desorden. Mi vida ya no espera una visita nunca más.

sábado, 19 de octubre de 2013

Irracional.

Soy la seguridad personificada, ¿verdad? Mírame, la tranquilidad es mi segunda naturaleza, controlo todo tipo de situaciones y no tengo necesidad de nadie. Externamente tranquila.
No dejes que te engañe, que te engañen mis apariencias. Debajo de la ropa está mi verdadero yo, sumido en la confusión, el miedo. Debajo de mi ropa hay una historia interminable.
Te cuento todo lo que no me importa nada, y nada de lo que de verdad me importa. Por eso, cuando reconozcas mi práctica, no te dejes engañar por mis palabras: escucha lo que no te digo.
Tú, ahora que sabes mi verdad, por favor quiéreme. Quiéreme aun cuando parezca que eso es lo último que deseo.
Escúchame. Ten paciencia conmigo. Aunque parezca que cuanto más te acercas, más me incomoda tu presencia. Soy tan necia que combato aquello de lo que tengo necesidad...
Externamente racional, interiormente humana.

Humana.

En cualquier momento los 14 billones de neuronas del cerebro disparan impulsos a velocidades de 725km/h. No las controlamos la mayoría de veces. 
Cuando sentimos un escalofrío, nos estremecemos, cuando nos excitamos, adrenalina. El cuerpo obedece de forma natural a sus impulsos… Por eso es tan difícil controlarlos. 
Claro que algunas veces tenemos impulsos que preferimos no controlar… que más tarde preferiríamos haber controlado.
El cuerpo es un esclavo de sus impulsos. Pero hay algo que nos vuelve humanos… y que podemos controlar. Después de la tormenta, después de la carrera, después de revivir un momento pasado podemos relajarnos y limpiar nuestra mente. Podemos intentar olvidar el pasado… y otra vez.

Bicho malo nunca muere.

Viviré y moriré. Pero naceré nuevamente. Naceré y volveré a morir. Y otra vez naceré.
Porque la muerte es mentira.

martes, 1 de octubre de 2013

El moral

Octubre. Octubre ya. El coche en el que viajo deja atrás un gran árbol, se queda completamente solo, en mitad de ninguna parte, como si lo hubiesen plantado allí para marginarlo a propósito. El coche sigue avanzando en su camino, el desconocido que lleva el volante sigue fijando la vista a la autovía, y yo sigo contemplando la morera.
Al principio sí, es una morera, clara y nítida. Pero conforme el coche, el desconocido y yo avanzamos, la morera va perdiendo su nombre. Se transforma.
Primero es un cangrejo, con unas largas patas hundidas en el suelo.
Luego un roedor, como un hámster redondo y de cuerpo opulento, que alimenta a sus raquíticas crías formadas de ramas y raíces.
Unos kilómetros más al norte, la morera tiene su tercera transformación, una enorme y carnosa seta. El anochecer temprano de otoño ya no me deja ver su color.
El coche, que sigue avanzando con el desconocido y conmigo dentro, me impide una cuarta interpretación de aquella cuya esencia era, en origen, morera.
Lo siguiente que se asoma a mi ventana es un caserío. El juego de la morera me ha entretenido tanto que decido darle a mi imaginación una segunda oportunidad. Comienza el juego. Miro el edificio. Lo miro. Lo miro hasta que mi incipiente miopía me hace llorar por forzar la visión.
Nada.
Ya no sé por qué lloro.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Saco roto

Hay etapas en la vida en las que uno no sabe bien cómo debe vivirlas. No es cosa de una duda instantánea, tampoco de cotas definidas de edad. No hablo de trimestres, años o décadas. Las etapas no las define el tiempo, las fija la propia persona.
Hay etapas, hay momentos, hay hechos, que uno no sabe bien cómo combatir. Y comienza la confusión.
Yo no fui capaz de mantener el frío.
Yo lo perdoné.
Porque dolía más su ausencia que el error que cometió.
Porque, por primera vez, los errores, los problemas y las culpas dejaron de ser importantes.
Porque, por primera vez, descubrí como era la vida sin que ninguno de mis cinco sentidos pudiese poseerlo.
Los minutos pasaban sin razones para seguir respirando, la ciudad se convertía en laberinto y nuestros cuerpos también, nos perdíamos en nosotros mismos, como seres sin salida.
Te dije se acabó, te dije no volverás a verme, te dije vete a casa.
Un día aprendí a levantar la mirada y a hacer como si nunca hubiese pasado nada. Porque tú eres mi casa.

jueves, 22 de agosto de 2013

Lo cotidiano

Por qué me dices eso, Porque lo pienso, Mentiroso, no lo piensas, estás siendo cruel a propósito, Por qué razón iba a decir algo que no pienso; además, eso no se puede hacer, Cómo que no, en la vida se es muchas veces imprudente y se dicen cosas sin pensar, mientras otras se piensan y no se dicen, Pero, mi vida, tú no sabes que para expresar algo a través de la voz, el ser humano debe procesar previamente las palabras en su cerebro, y es entonces y sólo entonces cuando lo anuncia. Es por estas ideas que tienes por las que, a veces, debo pensar en ser cruel contigo, elaborar palabras dolientes para hacerte ver, oír y sentir la realidad, y salgas así de la ignorancia del que piensa que el ser humano es bueno por naturaleza y que sus errores son producto de su inocencia e 'in-voluntad'.
Entonces quédate conmigo, que me siento flotando, como si no tuviese la certeza de ser lo que creo ser.

Trecento, Quattrocento, Cinquecento

Trecento, la decisión. Quattrocento, el hallazgo. Cinquecento, la vida fósil. Agudas sensaciones condensadas en el tiempo. 
Todo me sigue quedando grande; continúo donde empecé, en el punto de la vacilación y el equívoco.
Uno está ahí delante. Junto al otro.
Por un lado, la perfección escultórica del Renacimiento. La impecable anatomía de David, única belleza sin 'pero' que conocí. Por otro, él. La imperfección embaucadora, que me perturba y me impone, que sonroja mi piel, que me hace temblar como lo hace el frío cuando aprieta.
Lo perfecto y lo imperfecto. Lo eterno y lo perecedero. Si he de elegir, escojo lo caduco, lo variable. Lo humano. Quiero lo que entrecorta mi respiración. Lo que me hace sentirme diminuta hasta que vuelvo a recobrar la naturalidad del propio pulso.
Trecento, la duda. Quattrocento, la pérdida. Cinquecento, la muerte prematura.

Turbio

Despierto todas las mañanas con la misma sensación. Punzada en el pecho, presión en la garganta.
El dolor anímico siempre acaba manifestándose en el mismo lugar.
Pero la costumbre adormece. Ya no es dolor, ahora es molestia llevadera.
El diagnóstico es sencillo. Es terminal.
Involucrar a terceras personas en terrenos inexplorados por una misma es una de mis pasiones mejor sabidas. No tener en cuenta las consecuencias es uno de mis peores y más reincidentes errores.
Muchos hablan, advierten sobre mi comportamiento, mis perversas intenciones.
Si estás dentro ya es tarde. No podrás huir sin hacerte daño.
Yo ya estoy estropeada. Ya me da igual todo. Me das igual.

jueves, 18 de julio de 2013

Alba, 22.07.13


Aunque hoy cumplas doscientos cuarenta meses.
Siete mil trescientos cuatro días, aproximo.
Las exorbitantes cifras van al compás de lo grandiosa que eres.
Buena edad para cambiar hábitos, destinos, predicciones. Para acercarte al espejo de vez en cuando y así proyectar sobre ti tu propia alegría, tu frescura, tu pureza.
Creo que no merece la pena desearte buena suerte, grandes experiencias y felicidad. Para qué, si te van a rodear todos los días como te han rodeado hasta ahora. Apenas unos segundos de tus días te dejan respirar tranquila para dar rienda suelta a la tristeza y la rabia, pues veloces vuelven a entrometerse, haciéndote parecer una loca bipolar.
Recuerda siempre que, aunque a veces parezca que el mundo te odia, te discrimina o te ignora, no es así. El mundo te quiere de veras. Y yo, también. Siempre un poquito más que el mundo.

Feliz cumplemeses, feliz cumpledías. Espero estar ahí contigo por muchos, muchos meses y días más. Si no, ¿quién te recordaría que pidieras tu deseo antes de soplar?


viernes, 12 de julio de 2013

Intoxicación

La parte exterior de su muñeca, ya pegajosa, vuelve a limpiar de aguardiente sus labios. Intoxicación, poco a poco. Eso le ayudará a borrar los recuerdos. Sin embargo, todavía conserva fuerte en su memoria el momento en el que empezaron a hablar. Y más aún el momento en el que dejaron de hacerlo.
Fue como una estaca de hielo en el corazón.
Las palabras de C. dejaron de amar a S.; dejaron de mimarla, de acariciarla. Dejaron de ir dedicadas a ella para empezar a ser dueñas de si mismas o, más bien, dueñas de su dueño, controladas únicamente por él y su forzado raciocinio.
C. no era perfecto, pero hacía reír a S. Le hacía olvidar quién era, dónde se encontraba. Conseguía que esos detalles, por un momento, no importaran.
Pero C. aprendió a no extrañar el pelo de S., a no extrañar sus pies, ni sus orejas. Puso todo su empeño en recuperar la lógica, de la que había prescindido durante cinco años a favor de lo estúpido y lo irracional influenciado, claramente, por S.
Todo a su alrededor se volvió insanamente cuerdo.
Entonces S., dentro de su enfermiza inconsciencia, comenzó a ser consciente de que no existía la vuelta atrás. Empezó a sentirse idiota por esperar un cambio, una esperanza, por esperarlo a él. Tal vez el problema de S. es ese, esperar. Esperar y no actuar. O actuar y hacerlo mal, sin emplear la energía suficiente. Lleva haciendo eso toda su vida, desde que tiene uso de razón. (¿Razón?).
Pero esto S. no lo sabe. Intoxicada por aguardiente, por herbicida, por los kilómetros que los separan. Intoxicación, poco a poco. Eso le ayudará.

martes, 9 de julio de 2013

Tú nunca vuelves

Quiero saber. Saber dónde estás.
Y por qué no escribiste nada.
Se te olvidaron tus zapatillas nuevas. Las de lona que te regaló mamá.
Lo dejaste todo en el aire.
"Que se resuelva solo. Que me lo resuelvan".
Te las pusiste una vez. Para desayunar. En la radio sonaban Sabina y Serrat, tus poetas de azúcar y cigarro.
Consiguieron raparte al dos. Pero te moriste con barba.
La enfermera llegó dos minutos tarde a afeitarte. Lo tenías todo planeado.
Qué genio barbudo.

Fidelidad

Me toca empezar a mi.
Tres de la madrugada, no tengo ganas de dormir. Tampoco estoy lo suficientemente lúcida para afrontar la situación.
Pero decido que debo hacerlo.
Salgo de la cama, voy a la cocina, me preparo chocapic con leche; me siento con ellos en el sofá, delante de la tele, junto a él.
Paso por todos los canales, albergando mínimas esperanzas de encontrar 'algo más' en la hora estrella de la teletienda y la astrología. Aparece un programa de debate y, por unos segundos, lo miro. Sin embargo no lo veo, mi cerebro no procesa el contenido, no mientras esté ocupado por él.
No me mira, no mira la tele. Sus ojos, más grandes y fijos que nunca, sólo apuntan a esa estúpida foto. No parpadea, no brillan. Son opacos, como los ojos de un muñeco, de objeto sin vida. De muerte.
Saber cómo se siente ahora mismo, saber qué pasa por su cabeza. Qué significa esto para él.
Necesito leer sus ideas, pero no puedo. Su cara no tiene expresión alguna. No hay pena, no hay dolor. Solo vida inerte.
Su barrera es impenetrable.
Mientras lo miro mi cabeza no para de repetirle las mismas palabras suplicantes, una y otra, y otra vez.
"Olvídalo. Olvídalo". Solo fue un juego, un placer fugaz. Algo pasado. "Olvídalo".
Seguía sin darme cuenta. Sin percatarme de que, aquella noche, yo ya era su ayer.

domingo, 2 de junio de 2013

Viento e hilo

Soy hilo. Hilo fino, blanco y puro. Hilo que vuela con el viento, que se prende con el fuego.
Me mareo cuando estás lejos. No estoy triste, ni angustiada, ni irritada. Me mareo, simplemente. Comienzo a ver todo borroso: los apuntes que escribo, las caras a mi alrededor. Todos se dan cuenta pero nadie dice nada. Hoy ya nadie dice nada.
Las luces se entremezclan. Las personas también.
Se alza un viento tímido. Y vuelo.
Dejas de soplar. 
Y caigo.

martes, 26 de marzo de 2013

El elefante

Hace dos noches soñé con un elefante. Fue un sueño extraño.

Un sueño en el que yo salía de mi clase de baile situada en la Alameda de Hércules, en Sevilla. Salía con mi mochila negra y me sentaba en la acera para cambiarme las puntas por los patines. Quería ir a casa. En lugar de tomar el camino de siempre, el seguro, por mitad del centro, decidí callejear sobre ruedas. 

Fue una elección arriesgada, pues el camino era una sucesión de pendientes muy inclinadas que impedían que los frenos de los patines cumpliesen su función. Sin embargo encontré la manera de no caer, colocando uno de los patines en paralelo. Así, el miedo que sentía por aquella situación se transformó en adrenalina. Cuesta tras cuesta hacía la misma técnica. Y nunca caía.

Por fin llegué a una explanada. Sí, llegué a una explanada y encontré, cruzando por una carretera, a una pareja de hindúes y a una pareja de ancianos. Los ancianos, que eran muy, muy ancianos, parecían locales. Los cuatro acababan de salir de un curso, una especie de asamblea que reunía a un grupo social todas las semanas. El hombre anciano, que se quedó rezagado en la acera mientras el resto cruzaba la calle, con un hilo de voz llamó a la anciana. La llamó por su nombre, el cual no recuerdo. Ella se volvió y el anciano le preguntó:
-Si no entrego el próximo día el ejercicio de vida, ¿me echarán del curso?
A lo que la anciana contestó:
-No, claro que no. No te puntuarán, pero no te van a echar.

Los dos ancianos se despidieron, éste de un modo mas triste que la mujer. Parecía cabizbajo, me dio la impresión de que algo malo le pasaba, incluso pensé que estaba enamorado de ella. De pronto mis pensamientos se interrumpieron, pues sucedió algo inesperado. De modo repentino el anciano se convirtió en un enorme elefante. Tan grande y tan quieto se quedó que parecía una estatua en mitad de la calle. Yo me descalcé, subí a él y acercándome a sus enormes orejas le dije:
- Vamos, tan mal no ha podido ir la vida para que no quieras recordarla.
Mientras mi voz decía esto, mis ojos encontraban en su lomo varios rasguños. Algunas heridas estaban cicatrizadas, otras sangraban, recién hechas.

La noche siguiente, es decir anoche, volví a soñar con un elefante. 
Esta vez no fue un profundo y largo sueño abstracto, fue corto, fue muy real. Una mano anciana levantaba mi camiseta frente a un espejo. El espejo me mostró que tenía un elefante tatuado en el vientre, en el lado izquierdo del ombligo. Era grande, con los bordes negros y el relleno amarillo. Aparté la mirada del espejo y miré mi vientre. Ahí seguía. Anciano y amarillo, de bordes negros, con algunas heridas en el lomo. El elefante.

Escribo

Sigo esperando a que aparezca.

Solía venir por la noche, entonces yo me escapaba para verle. Por eso paso las noches de pie junto a la ventana, escudriñando con la mirada sus pasos, intentando oler sus huellas, rastreando su rostro.
Me esfuerzo por recordar que nuestro amor era un monstruo, pero el amor mata a la memoria y entonces...
Esperanza. Apenas hay pestañeos, mi cuerpo está en alerta constante.
Cuando por fin logro atisbar algo, descubro que se trataba solo del viento; el maldito viento que agita las ramas de los árboles, que hace sonar las hojas, que pasa las páginas de mi cuaderno.

Entonces escribo. Escribo sola para no morirme.
Escribo. Escribo poemas de amor para asesinar a la felicidad.

viernes, 1 de marzo de 2013

Y si

"Y" y "si" son solo tres letras, dos conjunciones, infinitos significados.
Las frases que comienzan por "Y si" son construcciones condicionales que realiza nuestro cerebro para formular o intentar autojustificar creencias absurdas, falsas esperanzas, miedos y demás situaciones que no nos atrevemos a afrontar.
Son solo tres letras. Pero juntas, pueden llegar a tener mucha fuerza y causar un gran dolor, un enorme desamparo.
Y si...
Y si...
"¿Y si esta vez te quedaras?" te dije, mientras recorrías mi vientre con la yema de los dedos y mirabas, sin ver, la televisión.
No contestaste. Te limitaste a sonreír.
De mis ojos brotó una lágrima que no viste. No la viste porque estabas mirando, esta vez con mayor atención, el reloj. Cuando conseguí reponerme ya estabas con la maleta en la puerta del hotel. Te despedí como siempre, con un beso. Y, como siempre, tú pensaste que nos volveríamos a ver.
Pero allí terminó todo. Acabó aquel extraño amor lleno de desencuentros, de dudas, de creencias absurdas y falsas esperanzas.

Consecuencias

Esto ni es nuevo ni es casualidad, ya me había pasado muchas veces, pero nunca tan fuerte como ahora.
Había estado jugando con aquello como si no fuera conmigo, probando de aquí y de allí sin decantarme por un camino fijo. Así vivía bien, creía que así no me perdía nada. Pero después de probar reflexionaba, comprobando que había perdido más de lo ganado. Pensaba en las personas que había herido, en las que me habían abandonado. En las emociones que no volvería a sentir jamás.
Cuando llegaba a mí una nueva oleada de opciones sentía que era inevitable volver a caer en el error. Si veía que podía aspirar a tenerlo todo, elegir no estaba entre mis opciones. A partir de ese momento, pasara lo que pasase y sintiera lo que sintiese, todo lo que sucedía encauzaba siempre un camino que volvía al mismo punto de partida: yo. 
Así pasaron los años, hasta que lo encontré. Tan imperfecto como yo, tan doloroso como yo, y el 'yo' desapareció. Nunca sabrá cuánto, pero lloré por él. Me enamoré de una persona loca y enloquecí. Pero ya era todo demasiado, demasiado dolor el que yo y mi pasado habíamos causado... Demasiado tarde, demasiado para comprender el buen amor.

viernes, 15 de febrero de 2013

Infinitos

Era una chica tonta más bajo el sol. Una de esas que se toca el pelo constantemente y mira distraida al mundo, mira pero no ve. Ese día llevaba unas gafas de sol horribles, de esas de pasta que se llevan ahora. 
Las odio.
Sé que odiar son palabras mayores, mi abuela me lo enseñó tres meses antes de morir. Por aquel entonces ya vivía en casa, pero conservaba su habilidad para elaborar repugnantes potajes de garbanzos. "Odiar son palabras mayores, no puedes usarla para referirte a cualquier cosa que no te guste, a no ser que sean personas que te han hecho mucho daño a ti o a tu familia", decía; tras esta flaca aportación miraba al techo con semblanza gris, resoplaba y, recobrando el tono rosado en sus mejillas, me devolvía la mirada acompañada de una espléndida sonrisa de unos siete u ocho dientes. Todo esto lo hacía sin dejar de servirme potaje.
Así aprendí a sustituir la palabra 'odio' por 'asco', pero no sirvió de nada porque seguí comiendo potaje y, además, conseguí el plus de las collejas de mi madre, que por aquella época había desarrollado una extraña necesidad de confrontación física constante con cualquiera que se le cruzase por delante. Así, mi madre justificaba su violencia irracional con mis comentarios inmaduros, propios de la edad.
Mordía el cable de los auriculares y parloteaba con sus amigas sobre una tal nosequé que se creía muy nosecuánto cuando pasé por su lado. No sé si fue sin querer o queriendo, pero elevé el pié más de lo normal para levantar un poco de tierra y lo giré levemente a la derecha, dejando caer la arenisca sobre ella. Acababa de embadurnarse en crema y la arena formó una placa perfectamente opaca sobre su pierna.
De pronto lo vi.
Incapaz de articular palabra, preferí actuar. Ante el inquietante rostro de estupefacción de sus amigas, me incliné sobre ella y dibujé con la arena de su pierna una flecha hacia el mar.
La flecha indicaba una única dirección.
Sigo intentando entender que fue lo que me llevó a hacerlo. Cuando ella se levantó de su letargo, recuerdo coger su mano y dirigirnos corriendo hacia el mar. Con ropa, qué más daba. Pasó. Y yo estaba allí, mirándola. Era tan hermosa. Conseguimos escapar por un momento de las convenciones sociales, de la monotonía. Actuando por instinto, por puro amor hacia una acción, conseguimos, solo por un momento, sentirnos realmente vivos. Sentirnos infinitos.

martes, 5 de febrero de 2013

Evasión

Una bocanada de humo denso salió de sus labios. 
La más bella de todas, la intocable. 
La humareda se escapó entre sus dedos y el aire de invierno hizo que llegara a mi, en forma de nube blanca. Solo ella era capaz de convertir el veneno en pureza. Respiré hondo ese humo, consciente de que sería lo último que me llevaría de ella. Los dos esperábamos en silencio la llegada del tren, ella volvía a su ciudad, yo solo estaba allí para verla marchar. Fue entonces cuando volví la vista atrás, cinco años antes de este ahora, cuando la acompañé por primera vez a la estación.
La llegada del tren levantó su falda, que se movía libre al ritmo del viento. Ella deslizó su mano para sujetarla. La admiré por unos segundos, observando cada movimiento. Hermosa inocencia. La envolví en un profundo beso segundos antes de que el tren partiera, el mismo tren que me la traería tres días después, devolviéndome el equilibrio.
Esta vez su marcha escapaba a mi control, si hubiese querido retenerla no habría podido. Era inevitable. Y, si hubiese tenido esa oportunidad, ni si quiera sé si la pararía. La retención iba contra su naturaleza, si la encerraba conmigo acabaría rebelándose tarde o temprano, reclamando más independencia que nunca. Necesitaba ser libre o de lo contrario moriría, moriría por dentro como estaba muriendo ahora. Era algo que nadie alcanzaba a comprender, solo yo. Era el único privilegio, la única maldición que me hacía sentirme más cerca de ella que el resto de los mortales. Aunque por fuera siguiera hechizando a los que la rodeaban, inconsciente ella misma de su magnetismo, por dentro era un grito encerrado, frío, que no tardaría en estallar.
Y no quería estar ahí cuando eso sucediera.
Llegó el tren. El viento no pudo contra sus pantalones y su pelo recogido. Nada mágico sucedió esta vez. Frío y breve fue su beso. La despedida más glacial.
Y se fue. Ya está, ya hay paz.