La parte exterior de su muñeca, ya pegajosa, vuelve a limpiar de aguardiente sus labios. Intoxicación, poco a poco. Eso le ayudará a borrar los recuerdos. Sin embargo, todavía conserva fuerte en su memoria el momento en el que empezaron a hablar. Y más aún el momento en el que dejaron de hacerlo.
Fue como una estaca de hielo en el corazón.
Las palabras de C. dejaron de amar a S.; dejaron de mimarla, de acariciarla. Dejaron de ir dedicadas a ella para empezar a ser dueñas de si mismas o, más bien, dueñas de su dueño, controladas únicamente por él y su forzado raciocinio.
C. no era perfecto, pero hacía reír a S. Le hacía olvidar quién era, dónde se encontraba. Conseguía que esos detalles, por un momento, no importaran.
Pero C. aprendió a no extrañar el pelo de S., a no extrañar sus pies, ni sus orejas. Puso todo su empeño en recuperar la lógica, de la que había prescindido durante cinco años a favor de lo estúpido y lo irracional influenciado, claramente, por S.
Todo a su alrededor se volvió insanamente cuerdo.
Entonces S., dentro de su enfermiza inconsciencia, comenzó a ser consciente de que no existía la vuelta atrás. Empezó a sentirse idiota por esperar un cambio, una esperanza, por esperarlo a él. Tal vez el problema de S. es ese, esperar. Esperar y no actuar. O actuar y hacerlo mal, sin emplear la energía suficiente. Lleva haciendo eso toda su vida, desde que tiene uso de razón. (¿Razón?).
Pero esto S. no lo sabe. Intoxicada por aguardiente, por herbicida, por los kilómetros que los separan. Intoxicación, poco a poco. Eso le ayudará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario