miércoles, 30 de noviembre de 2022

Sol de invierno

 Una vez un hombre me dijo que tenía que escribir también cuando me sintiera plena y feliz, no siempre desde el dolor de la ausencia.

Hay más personas que me lo han sugerido, pero no logro recordar quiénes ni cuándo tuvieron lugar esas conversaciones. Solo recuerdo aquella vez porque ese hombre poseía la influencia irracional que a veces le concedo a las personas en momentos de incongruencia vital interior. 

Fue un día de sol de invierno de 2020. Mi memoria para los lugares funciona de forma fotográfica, no sabría volver allí, ni puedo recordar el nombre de la calle o del bar, es una imagen fugaz e irrepetible a la que no puedo regresar. Pero puedo dar detalles de la conversación, de la fuerza de las miradas, de las pausas silenciosas, del peso de esas pausas. Me falla más la cabeza que las entrañas.

Me recuerdo ese día vestida de azul e inexplicablemente triste, una tristeza ligera, aliviada por el calor del sol y la compañía. El alivio es una sensación que está muy lejos de la paz de la plenitud, pero volver a flotar sin el peso de la gravedad de las cosas se puede confundir con la felicidad. El efecto, por desgracia, dura poco.

Abrirte en canal y volver a cerrarte lo más rápido y mejor que puedas es un arte. Yo he visto verdaderos expertos recomponerse en menos de cinco minutos. No lo admiro, pero lo quiero. Quiero saber cerrar mis páginas de forma cuidadosa y veloz cuando la mirada a la que me expongo no entiende el idioma. Cerrar el libro, echar un candado. Seguir respirando como hacía antes de mi exposición de indecentes deseos de ser comprendida. 

Esa tarde, con las prisas, me quedó la costura doblada, los hilos sueltos y sospecho que algún descosido que tiende a infectarse en los diciembres cálidos.

Escuece, todavía.

jueves, 12 de mayo de 2022

No me tengo

Albergo una bola de fuego en mi cuerpo. No sé si es normal que este incendio se instale en mí o si se está complicando algo aquí dentro. Le pido todos los días que se vaya, pero no hablamos el mismo idioma. 

Es tanto lo que te echo de menos que no sé si el dolor que me parte por dentro es real. Es tanto que ya no sé si he construido un pasado imaginario de puro amor y plenitud contigo, ¿es verdad que lo vivimos? ¿O monté, ladrillo a ladrillo hasta rozar el cielo, el castillo de mi propia destrucción?

Así como reconstruyo mis alas, cosiendo plumas, para poder salir de mi cabeza cuando esta me arranca la libertad, reconstruyo mis días contigo, mi cuerpo contigo, esa luz. Salvada, amada, protegida. 

Quiero parar el tiempo. Ir a la playa. Lanzarme al mar. Apagar las llamas. Pero no me tengo, no me encuentro, no estoy. Y ni siquiera he ido a buscarte, ni trato de conversar contigo. Tampoco espero que esto te llegue de ninguna manera, es solo el desahogo de este disfraz de humana que me pesa y que ya nunca volverá a ser igual.

Albergo una bola de fuego en mi cuerpo. Parece que me seguirá incendiando por un tiempo.

Cómo voy a encontrarme si no sé dónde buscarte.