domingo, 17 de octubre de 2021

 Hoy vi Chocolat. Hacía casi veinte años que no la veía, solo recordaba el aura (impostada en posproducción) de Vianne, a Josephine cada vez más guapa, a los "piratas" de río, las capas rojas, el plato maya girando...

Y recuerdo que, cuando era pequeña, yo veía en el plato de Vianne animales y niños jugando. Veía diversión.Vivir en el maravilloso y peligroso mundo de la imaginación no es algo que se elige, es algo con lo que se nace. Y se potencia o no. En mi caso, por suerte para mi infancia y por desgracia para mi adultez, se potenció.

La mirada de una niña que ve Chocolat es muy distinta a la de una mujer. Creo que hoy puse la película por un impulso lleno de nostalgia. Porque era la película favorita de mi madre, aunque decía lo mismo de Tomates verdes fritos, y también porque recordé cómo se me caía la baba con las escenas en la chocolatería. Casi podía oler el chocolate caliente que movían en las ollas y que servían en tazas preciosas. Quería ser Josephine y colarme a robar bombones y también quería ser pirata y que mi casa fuera un barco. Quería volver a esa sensación de goce y libertad.

Y, por un momento, volví a sentirme libre y protegida, volví a casa. Y eso es lo maravilloso. Lo peligroso viene después, cuando todo acaba, cuando vuelves al sofá de casa y no eres ni Josephine ni pirata, ni vives con tu madre ni rodeada de chocolate, y tampoco tienes un plato maya o un viento del este que te diga qué hacer, a dónde ir, qué dejar atrás para poder avanzar. Vivir en el maravilloso y peligroso mundo de la imaginación no es algo que se elige. Es una marca de nacimiento con la que convives para siempre.