lunes, 8 de febrero de 2021

Flotación

Han pasado quince años desde que dije por vez primera que quería aprender tocar el piano.

Fue cuando escuché Claro de Luna de Beethoven sola en casa. Me sentí dentro de aquellas notas, sostenida sólo por un pentagrama blando pero estable, que te sujeta suave y te crea una falsa sensación de suspensión en mitad de la más absoluta nada.

Hoy he aprendido a tocar la canción. Quince años más tarde, vuelvo a tener la misma sensación. Sólo que ahora soy yo la que sostiene lo insostenible con una delicadeza y una seguridad que jamás he llegado a desarrollar antes. No entiendo cómo me siento yo y, al mismo tiempo, no. Las notas en mi cabeza se han transformado en gotas, y los dedos van, sin atender a ninguna orden, a servir de reposo. Cierro los ojos y floto.

El corazón palpita demasiado rápido. Yo me siento libre de cualquier emoción y al mismo tiempo las quiero abarcar todas, porque esta libertad no me libera sino que me vacía, y trato de sentirlas pero sólo las atrapo y quedan ahí, suspendidas en el aire que me rodea y en mis dedos, como motas de polvo que con un viento suave irán a parar a cualquier lugar: el sofá del salón, la encimera de la cocina, la escalera; lugares que frecuento y donde nos volveremos a encontrar, yo y esas motas, que me esperan pacientes a que las visite por sorpresa, a que pase por ellas, a que me siente un ratito, a colarse por mi ropa.