miércoles, 15 de marzo de 2023

Vientos

 Dime qué te sostiene en pie y que por eso sabes cuánto falta para caerte. Dime que sabes tan bien como yo cuando el cuerpo avisa, porque el cuerpo sabe cosas que la razón aún no, el cuerpo intuye, percibe, respira, lo siente todo. 

Mi cuerpo me está diciendo que frene, que no luche, que tengo que dejar de pelear. Pero me da miedo hacerle caso. Me da miedo que frenar signifique quedarme en un lugar que no me gusta, donde no tengo yo el mando, donde el poder lo tiene de nuevo el tiempo y la espera y la paciencia. 

Soltar el control es soltar lo que he construido como mi identidad durante muchos años. Si suelto el control, ¿qué me queda? Fluir como un ente pasivo, entender por fin que soy un ser conectado a fuerzas mucho más poderosas que yo, como las olas y los vientos, y rendirme a ellas sin oponer resistencia.

A lo mejor es eso. Rendirse un rato, aprender a perder. Dejar morir esa parte que ya no va, que ya no se fusiona con las mareas ni vuela con los vientos. Soltar el cable a tierra, ese que mi cuerpo sabe que ya se fundió.


Viene un tornado.




miércoles, 8 de marzo de 2023

Tren con destino a mí

Soy compradora compulsiva de billetes para viajar en trenes que parecen el único tren. De esos que te deslumbran, que se muestran exclusivos, como oportunidades de oro que regala la vida solo una vez. 

Y da igual si a la hora a la que sale el tren no estoy lista para viajar, yo me compro el billete y me monto con todas mis maletas. Si el mundo dice que es el único tren, no puedo perderlo. Es tan brillante y perfecto que con el billete de ida me basta.

Así que me monto en el tren una vez, otra vez, y varias veces más. Más tarde (no muy tarde, en realidad), me doy cuenta de que ese "único tren" no es tan único, pero sigo picando billete vaya que el próximo tren que pase sí lo sea. Por si acaso, ya sabes.

Como quien da el salto con los ojos tapados, pero también sin arnés, sigo viajando, con la esperanza de que ese tren sea el definitivo. Nunca lo es.

Sumar el precio emocional que pago por cada uno de estos billetes me supondría un coste añadido, por eso hasta ahora he preferido no pararme a pensar en ello y he seguido viajando sin rumbo fijo. Y es bonito vivir así un tiempo, pero perderse sin encontrarse es arriesgado. 

Ahora siento que he estado mucho tiempo persiguiendo peces linterna. Que todo lo que brillaba y me atraía estaba rodeado de la más negra oscuridad.

Y al final he entendido una cosa. 

Que el tren no solo pasa una vez. Pasa todas las veces que quiera.

Porque el tren, ese exclusivo e irrepetible tren, soy yo.

Así que ya no compro billetes dorados, ya no quiero ahogarme ni quedarme atrapada entre los dientes de esos peces nunca más.

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Sol de invierno

 Una vez un hombre me dijo que tenía que escribir también cuando me sintiera plena y feliz, no siempre desde el dolor de la ausencia.

Hay más personas que me lo han sugerido, pero no logro recordar quiénes ni cuándo tuvieron lugar esas conversaciones. Solo recuerdo aquella vez porque ese hombre poseía la influencia irracional que a veces le concedo a las personas en momentos de incongruencia vital interior. 

Fue un día de sol de invierno de 2020. Mi memoria para los lugares funciona de forma fotográfica, no sabría volver allí, ni puedo recordar el nombre de la calle o del bar, es una imagen fugaz e irrepetible a la que no puedo regresar. Pero puedo dar detalles de la conversación, de la fuerza de las miradas, de las pausas silenciosas, del peso de esas pausas. Me falla más la cabeza que las entrañas.

Me recuerdo ese día vestida de azul e inexplicablemente triste, una tristeza ligera, aliviada por el calor del sol y la compañía. El alivio es una sensación que está muy lejos de la paz de la plenitud, pero volver a flotar sin el peso de la gravedad de las cosas se puede confundir con la felicidad. El efecto, por desgracia, dura poco.

Abrirte en canal y volver a cerrarte lo más rápido y mejor que puedas es un arte. Yo he visto verdaderos expertos recomponerse en menos de cinco minutos. No lo admiro, pero lo quiero. Quiero saber cerrar mis páginas de forma cuidadosa y veloz cuando la mirada a la que me expongo no entiende el idioma. Cerrar el libro, echar un candado. Seguir respirando como hacía antes de mi exposición de indecentes deseos de ser comprendida. 

Esa tarde, con las prisas, me quedó la costura doblada, los hilos sueltos y sospecho que algún descosido que tiende a infectarse en los diciembres cálidos.

Escuece, todavía.

jueves, 12 de mayo de 2022

No me tengo

Albergo una bola de fuego en mi cuerpo. No sé si es normal que este incendio se instale en mí o si se está complicando algo aquí dentro. Le pido todos los días que se vaya, pero no hablamos el mismo idioma. 

Es tanto lo que te echo de menos que no sé si el dolor que me parte por dentro es real. Es tanto que ya no sé si he construido un pasado imaginario de puro amor y plenitud contigo, ¿es verdad que lo vivimos? ¿O monté, ladrillo a ladrillo hasta rozar el cielo, el castillo de mi propia destrucción?

Así como reconstruyo mis alas, cosiendo plumas, para poder salir de mi cabeza cuando esta me arranca la libertad, reconstruyo mis días contigo, mi cuerpo contigo, esa luz. Salvada, amada, protegida. 

Quiero parar el tiempo. Ir a la playa. Lanzarme al mar. Apagar las llamas. Pero no me tengo, no me encuentro, no estoy. Y ni siquiera he ido a buscarte, ni trato de conversar contigo. Tampoco espero que esto te llegue de ninguna manera, es solo el desahogo de este disfraz de humana que me pesa y que ya nunca volverá a ser igual.

Albergo una bola de fuego en mi cuerpo. Parece que me seguirá incendiando por un tiempo.

Cómo voy a encontrarme si no sé dónde buscarte.