Trecento, la decisión. Quattrocento, el hallazgo. Cinquecento, la vida fósil. Agudas sensaciones condensadas en el tiempo.
Todo me sigue quedando grande; continúo donde empecé, en el punto de la vacilación y el equívoco.
Uno está ahí delante. Junto al otro.
Por un lado, la perfección escultórica del Renacimiento. La impecable anatomía de David, única belleza sin 'pero' que conocí. Por otro, él. La imperfección embaucadora, que me perturba y me impone, que sonroja mi piel, que me hace temblar como lo hace el frío cuando aprieta.
Lo perfecto y lo imperfecto. Lo eterno y lo perecedero. Si he de elegir, escojo lo caduco, lo variable. Lo humano. Quiero lo que entrecorta mi respiración. Lo que me hace sentirme diminuta hasta que vuelvo a recobrar la naturalidad del propio pulso.
Trecento, la duda. Quattrocento, la pérdida. Cinquecento, la muerte prematura.
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