martes, 22 de marzo de 2011

Con la muerte en casa

Tengo a la muerte en mi casa. Teniendo en cuenta que tengo dos casas y contando con que paso más tiempo en la casa donde está la muerte, por esta regla de tres el resultado es que me encuentro un 75% muerta.
La muerte y yo no nos llevamos mal, la verdad. Mucho más cariño le tengo que a dios, el omnipotente prepotente ese que un día decidió dejar de existir de ahora en adelante y de ahora hacia atrás porque sí. Y así no se puede ir por la vida, oiga.

Sin embargo la muerte y yo, que nos llevamos tan bien, en nuestros ratos libres jugamos al pocker, al ajedrez, al bingo... Lo que surja. Es malísimo, siempre gano. Y eso que antes la muerte me tuvo que enseñar las reglas del juego. Me explicó que no me preocupara, que eran fáciles, y que es algo que se aprende con la edad o en los garitos esos llenos de gente que no le tiene aprecio ya a la vida.
- Incluso a veces, -me dijo- de un golpe, lo aprendes.

jueves, 17 de marzo de 2011

Ay, mi niño de pelos de otoño. No quiero ser libre y al mismo tiempo prisionera. No quiero ser la que escribe sobre su vida, quiero vivirla. No quiero que me quieras, porque te odiaré. No quiero que me odies, porque te querré. Quiero que me entiendas, pero no espero que lo hagas.
Ay, mi caballerosamente desnudo. Extirpar tus labios, tu lengua, tu cuello. Extirpar ideas, pensamientos, recuerdos. Tu conciencia y tus algos.Y yo vuelo, olvido, abrazo y vuelvo a ti. Quito las pilas del despertador y desayunamos a las siete de la tarde, nos duchamos a las nueve, juntos, y volvemos al amor del cuarto de los elefantes a las doce, porque antes almorzamos.
Ay, con tu sentir de tormenta. Amor que con el casco puesto me dices amor. Y que con tus ojos de llanto me pides una tregua.