sábado, 2 de noviembre de 2013

Desorden.

El fin de semana del adiós, el comienzo de la perdición. 
Un ejercicio hacia las profundidades de la estupidez. 
Un esfuerzo por fingir el olvido manifestado en un sinfín de errores cometidos y aún por cometer.
Días y noches consumiendo otras vidas, otros sueños. Alimentándome de lo que no me pertenece. Lo hago buscando la manera de matarla, enterrarla en el centro de la Tierra rodeada de hierro y uranio, a más de seis mil grados de temperatura y que jamás salga de ahí. Poder decir que ya no está, que ya no existe, que ya no importa.
La conducta acelerada me mantiene viva, actuar y no pensar, una y otra vez, que mi cuerpo y mi mente coman hasta la saciedad, hasta que sienta la necesidad de meter mis dedos hasta la garganta para sacar de mi tanta insensatez, demencia, desconocidos. Miedos.
Mi existencia ahora se basa en las noches que no tienen principio ni tendrán fin. En la más grave y oscura adicción a la que vuelvo sin culpas, la única residencia alterna a sus brazos.
No entres. Todo es desorden. Mi vida ya no espera una visita nunca más.

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