Cuando la guerra no va bien hay dos opciones: arriesgar o desertar. Si al tomar la primera opción la situación empeora, puedes tener un brote de fe e insistir en la idea de que la victoria es posible. Pero si al luchar durante meses y meses la fuerza se pierde, las piernas y la voz tiemblan y las ideas de las que uno estaba tan seguro comienzan a aparecerse en la noche en forma de pesadilla, oh amigo, te aseguro que si llegas a ese momento ya hacía tiempo que perdiste la batalla.
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