jueves, 18 de julio de 2013

Alba, 22.07.13


Aunque hoy cumplas doscientos cuarenta meses.
Siete mil trescientos cuatro días, aproximo.
Las exorbitantes cifras van al compás de lo grandiosa que eres.
Buena edad para cambiar hábitos, destinos, predicciones. Para acercarte al espejo de vez en cuando y así proyectar sobre ti tu propia alegría, tu frescura, tu pureza.
Creo que no merece la pena desearte buena suerte, grandes experiencias y felicidad. Para qué, si te van a rodear todos los días como te han rodeado hasta ahora. Apenas unos segundos de tus días te dejan respirar tranquila para dar rienda suelta a la tristeza y la rabia, pues veloces vuelven a entrometerse, haciéndote parecer una loca bipolar.
Recuerda siempre que, aunque a veces parezca que el mundo te odia, te discrimina o te ignora, no es así. El mundo te quiere de veras. Y yo, también. Siempre un poquito más que el mundo.

Feliz cumplemeses, feliz cumpledías. Espero estar ahí contigo por muchos, muchos meses y días más. Si no, ¿quién te recordaría que pidieras tu deseo antes de soplar?


viernes, 12 de julio de 2013

Intoxicación

La parte exterior de su muñeca, ya pegajosa, vuelve a limpiar de aguardiente sus labios. Intoxicación, poco a poco. Eso le ayudará a borrar los recuerdos. Sin embargo, todavía conserva fuerte en su memoria el momento en el que empezaron a hablar. Y más aún el momento en el que dejaron de hacerlo.
Fue como una estaca de hielo en el corazón.
Las palabras de C. dejaron de amar a S.; dejaron de mimarla, de acariciarla. Dejaron de ir dedicadas a ella para empezar a ser dueñas de si mismas o, más bien, dueñas de su dueño, controladas únicamente por él y su forzado raciocinio.
C. no era perfecto, pero hacía reír a S. Le hacía olvidar quién era, dónde se encontraba. Conseguía que esos detalles, por un momento, no importaran.
Pero C. aprendió a no extrañar el pelo de S., a no extrañar sus pies, ni sus orejas. Puso todo su empeño en recuperar la lógica, de la que había prescindido durante cinco años a favor de lo estúpido y lo irracional influenciado, claramente, por S.
Todo a su alrededor se volvió insanamente cuerdo.
Entonces S., dentro de su enfermiza inconsciencia, comenzó a ser consciente de que no existía la vuelta atrás. Empezó a sentirse idiota por esperar un cambio, una esperanza, por esperarlo a él. Tal vez el problema de S. es ese, esperar. Esperar y no actuar. O actuar y hacerlo mal, sin emplear la energía suficiente. Lleva haciendo eso toda su vida, desde que tiene uso de razón. (¿Razón?).
Pero esto S. no lo sabe. Intoxicada por aguardiente, por herbicida, por los kilómetros que los separan. Intoxicación, poco a poco. Eso le ayudará.

martes, 9 de julio de 2013

Tú nunca vuelves

Quiero saber. Saber dónde estás.
Y por qué no escribiste nada.
Se te olvidaron tus zapatillas nuevas. Las de lona que te regaló mamá.
Lo dejaste todo en el aire.
"Que se resuelva solo. Que me lo resuelvan".
Te las pusiste una vez. Para desayunar. En la radio sonaban Sabina y Serrat, tus poetas de azúcar y cigarro.
Consiguieron raparte al dos. Pero te moriste con barba.
La enfermera llegó dos minutos tarde a afeitarte. Lo tenías todo planeado.
Qué genio barbudo.

Fidelidad

Me toca empezar a mi.
Tres de la madrugada, no tengo ganas de dormir. Tampoco estoy lo suficientemente lúcida para afrontar la situación.
Pero decido que debo hacerlo.
Salgo de la cama, voy a la cocina, me preparo chocapic con leche; me siento con ellos en el sofá, delante de la tele, junto a él.
Paso por todos los canales, albergando mínimas esperanzas de encontrar 'algo más' en la hora estrella de la teletienda y la astrología. Aparece un programa de debate y, por unos segundos, lo miro. Sin embargo no lo veo, mi cerebro no procesa el contenido, no mientras esté ocupado por él.
No me mira, no mira la tele. Sus ojos, más grandes y fijos que nunca, sólo apuntan a esa estúpida foto. No parpadea, no brillan. Son opacos, como los ojos de un muñeco, de objeto sin vida. De muerte.
Saber cómo se siente ahora mismo, saber qué pasa por su cabeza. Qué significa esto para él.
Necesito leer sus ideas, pero no puedo. Su cara no tiene expresión alguna. No hay pena, no hay dolor. Solo vida inerte.
Su barrera es impenetrable.
Mientras lo miro mi cabeza no para de repetirle las mismas palabras suplicantes, una y otra, y otra vez.
"Olvídalo. Olvídalo". Solo fue un juego, un placer fugaz. Algo pasado. "Olvídalo".
Seguía sin darme cuenta. Sin percatarme de que, aquella noche, yo ya era su ayer.