Cuando eres pequeña, la noche da miedo, mucho, mucho miedo, porque se esconden monstruos en el armario y bajo la cama. Cuando te haces mayor, esos monstruos no desaparecen, simplemente son diferentes. En vez de ser enormes, peludos y de grandes dientes afilados, pasan a ser la falta de confianza en uno mismo, la soledad, el arrepentimiento. Todas las teorías que tenía a los 6 años, como la de los reyes magos o la de que los adultos no tienen miedo a la noche, se desmoronaron al poco tiempo. Que seas más maduro y sabio por lo visto no te hace menos vulnerable. Quien lo diría.
Dormir no parece que sea difícil de hacer. Sólo cierras los ojos, esperas unos minutitos y voilà. Pero para muchos de nosotros, dormir puede estar en muchos casos lejos de nuestro alcance. Queremos hacerlo, pero no sabemos cómo, y ya no podemos llamar a papá o mamá para que se queden con nosotros hasta que podamos conseguirlo, todo se convierte en una batalla personal, estamos solos ante nuestros miedos.
A mi me gustan los días esos que no dan tanto miedo, esos en los que, aunque haya monstruos, miramos a un lado y nos damos cuenta de que no estamos completamente solos en la oscuridad. Y cerrando los ojos muy, muy fuerte, como si eso hiciese más efectivos nuestros deseos, pensamos: un ratito más, solo un ratito más.
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