Hay que ser un artista o un loco para distinguir entre todas las mujeres al diablillo mortífero.
Allí está, no reconocida por los demás e inconsciente ella misma de su fantástico poder.
Toda persona que ha querido acercarse a ella ha sido repudiada. Lo simple no le atrae y a las palabras ingeniosas que lo único que hacen es favorecer el sarcasmo superfluo y prefabricado no les atribuye el más mínimo valor.
A ella lo único que le atrae es lo prohibido, pero su llamado no es oído por nadie salvo por aquel que lo espera y que lleva escuchándola mucho tiempo.
Desde hace un año nunca habla, su pensamiento es mucho más amplio que sus palabras y no se permite desperdiciar su voz en asuntos triviales. Sí ama escuchar, escuchar hasta el más estúpido de los comentarios, pues de cada tema que atiende sabe descodificar los más profundos significados, los cuales ni si quiera su emisor se atrevería a emitir de manera consciente.
Ahora está muy sola, le gusta sentarse sola y que nadie la moleste. Estoy a tres metros de ella. Y podría quedarme ahí, mirándola toda la tarde. E incluso si la suerte está de nuestro lado, podría mirarla toda una vida.
Pero no. Ella no es como las demás a pesar de que se esfuerza por aparentarlo. Ella es violenta y tierna. No es de uniones eternas, pero se entrega como si hubiera sólo un día para amar.
Hay que ser un artista o un loco para distinguir entre todas las mujeres al diablillo mortífero.