Hay etapas en la vida en las que uno no sabe bien cómo debe vivirlas. No es cosa de una duda instantánea, tampoco de cotas definidas de edad. No hablo de trimestres, años o décadas. Las etapas no las define el tiempo, las fija la propia persona.
Hay etapas, hay momentos, hay hechos, que uno no sabe bien cómo combatir. Y comienza la confusión.
Yo no fui capaz de mantener el frío.
Yo lo perdoné.
Porque dolía más su ausencia que el error que cometió.
Porque, por primera vez, los errores, los problemas y las culpas dejaron de ser importantes.
Porque, por primera vez, descubrí como era la vida sin que ninguno de mis cinco sentidos pudiese poseerlo.
Los minutos pasaban sin razones para seguir respirando, la ciudad se convertía en laberinto y nuestros cuerpos también, nos perdíamos en nosotros mismos, como seres sin salida.
Te dije se acabó, te dije no volverás a verme, te dije vete a casa.
Un día aprendí a levantar la mirada y a hacer como si nunca hubiese pasado nada. Porque tú eres mi casa.
Porque dolía más su ausencia que el error que cometió.
Porque, por primera vez, los errores, los problemas y las culpas dejaron de ser importantes.
Porque, por primera vez, descubrí como era la vida sin que ninguno de mis cinco sentidos pudiese poseerlo.
Los minutos pasaban sin razones para seguir respirando, la ciudad se convertía en laberinto y nuestros cuerpos también, nos perdíamos en nosotros mismos, como seres sin salida.
Te dije se acabó, te dije no volverás a verme, te dije vete a casa.
Un día aprendí a levantar la mirada y a hacer como si nunca hubiese pasado nada. Porque tú eres mi casa.