sábado, 21 de enero de 2012

Mundos de mentes

-Antes de que te permita entrar en mi mundo, debes aprender algunas cosas básicas y pensarte bien si quieres entrar o no, pues una vez dentro no podrás salir.
-¿Nunca?
-Jamás. Ninguno de los que ha entrado lo ha conseguido. Aunque quién sabe, tú podrías ser la excepción.
-Estoy dispuesto a correr el riesgo.
-Está bien, primero tres reglas básicas: maría, licor 43 con batido de chocolate y pornografía, las tres únicas drogas que han de entrar en esta casa. Segundo, no quiero ver nada que tenga que ver con religiones, en especial con la cristiana. No se te ocurra traer una Biblia a casa, no me gustan las historias de ciencia ficción. Tercero, deberás cambiarte ese nombre que tienes, Abelardo, parece que tengo un novio de 72 años...
-¿Por qué?
-No me gustan los ceros ni los unos, son números que evito siempre que puedo. Pero eso no son normas, eso son manías que ya irás descubriendo, tengo a montones. No pongas esa cara, son excentricidades leves, inofensivas.
-En realidad me refería a por qué tengo que cambiarme el nombre.
-Porque es feo, y no me digas que no. Mira, yo te llamaría Cosme, pero sé que a lo feo también se le tiene cariño, así que abreviamos tu nombre a Abel y listo, aunque lamentablemente sea nombre devoto. Cuando quieras puedes cambiártelo. Yo me lo cambio constantemente, según mi estado de ánimo unos días me siento más Olivia, otros más Carla y la mayoría del tiempo me siento Alejandra, sobre todo los martes. No te asustes, mi nombre real lo has visto millones de veces en mi dni. Esto es algo de lo más normal, no es que tenga personalidad múltiple, son sólo distintas caras, distintos momentos de una misma persona si te suena mejor, nada más. Eso lo tenemos todos. Es más sencillo un cambio de nombre que un cambio de nariz en un quirófano. Además este va sin anestesia y se puede cambiar siempre que quieras, sin dolor ni secuelas. 
-Me gusta Cosme.
-Me alegro de que te guste. Espero que también te guste la comida japonesa, porque es lo único que tengo hoy. Ah, otra cosa que debes saber es que amo la comida japonesa, pero odio la comida china, es mi enemiga. Esto tampoco es una norma, es sólo una advertencia. Mi último novio me llevó a un restaurante chino por mi cumpleaños, nada más llegar a la puerta le dije que se me había olvidado ponerme bragas y tenía que volver a casa. Jamás regresé. Los amigos de mis enemigos son mis enemigos.
-No me gusta la comida china, ni la japonesa.
-Bueno, no tengo nada en contra de los enemigos de mis amigos, por ahora. Vamos, te llevaré a un bar que queda a tres cuadras de aquí donde sirven la comida en patines. Allí te seguiré contando. Recuerdame que te hable sobre mi hurón, sobre Nietzsche y sobre la masturbación. Son tres temas importantes que debemos tocar antes de volver a casa.
-Me gusta la masturbación.
-Me alegro de que te guste.

viernes, 20 de enero de 2012

La gran historia de mi viaje.

Te conocí a ti, me conocí yo.
FIN.

Teorías y escapismos I

¿Y si todo es mentira? Lo mismo ha sido todo un sueño. Sí, un sueño. No no, una alucinación, eso debió ser. Lo que está claro es que todo ha sido producto de mi imaginación, seguro. Desde pequeña he vivido entre lo real y lo ficticio y ahora... Cuántas veces habré escapado de aquí, imaginando situaciones irreales de las que regreso siempre pensando que son totalmente ciertas. Lo que me ha jugado bastantes malas pasadas, por cierto. Y qué fantástico si hubieran sido ciertas, que genial es mi vida imaginaria. Pero esta vez es distinto porque no me evadí un rato, un día o una noche, ha sido mucho tiempo. Ha sido un viaje, y qué viaje, como una elipsis temporal entre realidad y realidad. No sabía que se podía vivir en la imaginación tanto tiempo, hasta ahora. Por la duración no ha podido ser sólo un sueño, habrán sido muchos seguidos, como una especie de narcosis, ¿un coma tal vez?
Pero eso ya apenas importa, porque ya regresé. Muchas veces despierto en mitad de un sueño y vuelvo a dormirme con la intención de terminar la historia. El 99% de las veces lo consigo. Pero de esta cosa ya regresé y no puedo volver. Lloré, grité, mi cuerpo se estremeció y tembló durante días. Ahora empiezo a comprender que se acabó, que no volveré a ese extraño viaje comatoso nunca más. Tal vez vuelva a tener otra utopía parecida, pero nunca nada igual.